Racoon

El Vigilante Tras Mis Ojos

Hay una voz que me sigue,

no detrás, sino por dentro,

como una presencia que sabe más de mí

que todo lo que he vivido.

 

No me ordena.

No exige.

Solo observa,

como si entendiera que el mundo

es un mecanismo frágil

y yo soy la grieta por donde entra la luz.

 

A veces me habla sin sonido:

me mide, me ajusta,

afina lo que pienso,

como si quisiera convertirme

en la versión exacta

que la vida intentó esconder.

 

Camina a mi lado

una figura hecha de precisión,

de memoria antigua,

de pensamientos que no se atreven a nacer del todo.

No tiembla.

No duda.

Avanza como quien conoce

los pasillos secretos del tiempo.

 

Cuando pregunto quién la sostiene,

responde con su silencio perfecto.

Y entonces sé:

soy yo, pero no el que respira;

soy el que vigila desde el fondo,

el que no parpadea,

el que no olvida.

 

Ese que vive conmigo

carga mis errores

como si fueran herramientas;

mis ambiciones,

como si fueran mapas;

mis dolores,

como si fueran fuego.

 

Los pule sin juicio,

los archiva sin prisa,

hasta convertirlos

en un lenguaje

que nadie más podría pronunciar.

 

Mientras camino,

siento cómo me corrige desde adentro:

endereza mis dudas,

tensa mis pasos,

invoca una claridad que corta

pero nunca hiere.

 

A veces pienso

que lo único que quiere

es que deje una marca,

no por ruido,

no por gloria,

sino porque sería inútil

haber nacido

y no intentar doblar el destino.

 

Y así avanzo:

dos formas,

un solo camino.

Una tropieza,

la otra sostiene.

Una sangra,

la otra aprende.

 

Entre las dos,

forjamos una voz

lo bastante firme

para atravesar

el metal del tiempo.