Gabriel Hernán Albornoz

La carta que nunca fue leída

Querido Hijo:

Preparé mi vientre sin saber, para esta dulce espera.

Tanto te desee y ya estas aquí.

Hoy compré un pedacito de sol para que me vieras,

pero las hojas marchité en esta primavera gris.

Bordé mil mantas con alas de ruiseñores

para abrigar tu cuerpito de ángel viniendo hacia mí.

Encerré en mi memoria miles de nombres

para bautizarte, nombrarte, o llamarte cuando no quieras venir.

¡Si hasta llené de besos tu cuna para que te sobren!

¡Y estiré una alfombra de caléndulas para irte a recibir!

... Imaginé tus travesuras de niño y rebeldías de joven...

... Pero nunca creí que todo sucedería así...

Colgué estrellas de colores en cada rincón,

para que jugaras con tu risa y me llenaras de frenesí.

Pero... acaricié tu foto en mi mente... y odié mi decisión...

Todo aquel paisaje onírico debía terminar aquí.

Mis manos se crispan y mi cuerpo ya no responde,

se me hace triste la sonrisa y la vida me oculta su matiz.

A este triste letargo mi ser se opone,

hacia un exilio olvidado se escapa mi aliento de vivir...

Es un síndrome que a mi inmunidad vuelve deficiente,

no sé como sucedió, pero lo adquirí.

Está en mi sangre... está en tu sangre, obviamente,

no mereces que por mi culpa vengas a sufrir...

Lloro...

Mientras lo decido...

Lloro...

Perdona hijo mío...

Esta vez no te daré alas...

...esta vez te irás de tu nido...