El que lo sabe todo,
me dice que no haga daño al silencio,
por eso callo y escribo...
De tal modo lo glorifico,
que anhelo su reino beatífico del cielo.
¡Oh, Jesús del madero!
Me santiguo y me arrodillo,
y le entrego en la Cruz el poema florecido,
tan sensible al sufrimiento...
Luego, el Gran Milagro del Mundo,
Dios resucitado...
mi voz interior lo adora en silencio...