El matador pasa y dice:
“¡Acacia, qué roja estás!”
Ella tiembla y se sonríe,
como quien sabe de más.
“Pareces capa en el viento,
Veronica en la arena.”
La acacia mueve su aliento
y le despeina la pena.
“Hoy haré faena fina,
capeo leve, sin herir.”
La acacia, toda divina,
se contenta en su vivir.
Y el matador, tan poeta,
se aleja con su alegría:
“Si triunfo, acacia coqueta,
¡me guardas la valentía!”.