Iset

VIVIR SIENDO ELLA.

Vivir siendo ella es una angustia heredada, un nudo que le colocaron en la garganta.

Carga tantos golpes del pasado que, aunque quiera soltarlos, aún la persiguen.

Ser ella cansa: su mente permanece alerta, como una presa que aprende a sobrevivir al cazador.

 

Habita un cuerpo que no siente suyo.

Camina como la yema separada del huevo: cerca y, aun así, lejana.

No reconoce su nombre.

No reconoce su sombra.

¿Quién es ella?

El suelo bajo sus pies se vuelve inestable, el cielo sobre su cabeza no le pertenece.

Nada parece real, ni siquiera cuando el dolor la sacude con su violencia.

 

Las emociones llegan poco, llegan rotas, llegan tarde.

La mente —su guardiana y su cárcel— la mantiene lejos para que no duela tanto.

Aunque ría, no conoce la felicidad; la observa como una palabra en otro idioma.

Le enseñaron a callar, le prohibieron llorar porque “nada cambiaría”.

Le dijeron que sus deseos no servían, así que dejó de desear.

Le gritaron a la niña que era, y la niña murió sin defensa.

Ahora no siente.

No grita.

No puede más.

La ilusión le provoca vergüenza, y la escondió donde nadie pudiera tocarla.

Llegó a ese punto donde las lágrimas ya no vuelven, donde el alma escribe porque no sabe hablar.

 

Y mientras escribe… se sorprende.

Descubre que todas esas palabras, todos esos versos heridos, vienen de historias reales.

Historias que sí vivió.

Que sí duelen.

Que sí pesan.

 

No comprende del todo cómo sucedió.

No entiende

...que ella soy yo.