No llores…
que tus lágrimas son estrellas cayendo demasiado pronto,
y el cielo te necesita completa
para seguir iluminando el mundo.
No llores,
que cuando tu mirada se nubla,
la vida pierde colores,
y hasta el viento se detiene
para preguntar qué te duele.
Si el miedo se te sienta al lado
como un huésped no invitado,
yo estaré ahí,
cerrándole la puerta a la oscuridad
y abriéndote ventanas
para que vuelvas a respirar esperanza.
No llores,
que tu corazón es más fuerte que la tormenta,
y aunque a veces se rompa,
siempre encuentra la manera
de latir más bonito al día siguiente.
Si te cansás de ser valiente,
apoyá tu alma en la mía:
yo cargaré contigo el peso
que el mundo te puso de más.
No llores…
porque cada vez que lo haces,
el sol se esconde un poquito,
las flores dejan de bailar
y los sueños se quedan quietos.
Pero cuando sonríes —ah, cuando sonríes—
el universo respira aliviado
y todas las dudas se rinden.
Si alguna vez olvidás lo que sos,
déjame ser quien lo recuerde:
sos luz que cura,
coraje que inspira,
ternura de la que ya no abunda.
No llores…
que yo estoy aquí,
firme como un abrazo que nunca falta,
cuidándote en silencio,
celebrándote en cada paso,
agradeciendo tu existencia
como quien agradece al destino
un milagro inesperado.
Y si aun así las lágrimas caen,
déjalas caer en mi hombro:
juro que cada una
la convertiré en poema,
para que mañana
te haga sonreír.
No llores, por favor…
el mundo te necesita brillando,
y yo también.