Era inevitable darme cuenta
que este corazón mío
no tiene vocación de quererme.
Yo, que esquivé con tanto esmero
la paternidad y sus abismos,
conozco ahora su rebeldía:
esa manía de ordenarme el caos
y desaparecer,
por supuesto
cuando uno más lo necesita.
Y así, una vez más,
me ha saboteado
la poca calma que tenía.
Y aquí estamos,
en casa sufriendo todos,
soportándonos en la mesa,
fingiéndonos apenas
un poco de respeto.
Pero qué le vamos a hacer:
lo perdono,
quizás es mi culpa,
o del abandono
qué él no entiende
y aunque duela, y joda,
lleva mi sangre,
el muy bastardo.