Ven, diciembre, cuelga te en mi espejo. La ciudad suelta su aroma quemado y el gris de los autos es una nata espesa que devora a los hombres en este invierno. Soy apenas una estatua de niebla cuya sombra enjuta, temblorosa, cae golpeada por tu aliento níveo. Ven y marca, como cada año lo haces, las puertas de los pobres con tus residuos enfermos; mientras los ricos despedazan los pavos puestos en la grosería de las mesas. Ven, no llegues de golpe, acurrúcate antes junto a mi cuerpo desnudo y duérmete un poco, antes que el amanecer del nuevo año llegue con su filo y nos corte el alma.