Gabriela, travesura viva, luminiscente y arrebolada,
te malcrié con mis excesos y mi entrega desbordada,
y ahora gobiernas mi ánimo con tu gracia imponderada,
pequeña tirana de ternura, de risa siempre desbordada,
que doblega mi melancolía con su dulzura inusitada.
Tan pura de espíritu, tan sagaz en tu fulgor creciente,
desarticulas mi severidad con un gesto reluciente,
y en tu ingenio tremulante me vuelvo súbdito obediente,
pues tu encanto irrefrenable somete mi alma doliente,
dejándome rendido ante tu voluntad resplandeciente.