El café lo es todo?
Al despertar, con la lagaña
imperando tu ojo, oscureci
endo la luz que entra, pides
urgente una sustancia, a se
r posible una pócima bebed
iza que restablezca tus órde
nes; y no se te ocurre otra s
andez que abrir la puerta de
tu mueble inmaculado e int
roducir la mano hasta hacer
presa de tu pote de café insta
ntáneo, dejarlo descansar sob
re el hule de tonos blancos y r
ojos, prender a dos dedos una
cucharilla de hojalata blanca b
arata y verterlo, solo dos, y rep
etir la operación con el azúcar:
reintroducir la mano en el m
ueble inmaculado, rehacer presa
de un pote marrón mierda que po
ne café —mentiroso— cuando es a
zúcar, redescansarlo sobre un frag
mento de hule a la vez blanco y r
ojo, reprender los dedos pulgar e
índice de la mano derecha, no soy
siniestro, y rehundir la cucharilla d
e hojalata hasta solo dos cuchara
das.
Conseguiste despertarte?, ser pers
ona?, desnubarronear la pupila in
capaz de tus ambos ojos a fin de a
preciar el mundo circunstante con
sus grises y rosas?
Decides acompañar el café con un
a tostada a juego, de crema de cho
colate negro y blanco, con mucho
azúcar, con muchos aditivos y con
servantes, de manera que tras la a
gresiva ingesta te sientes repuesta,
con un excedente energético que ni
la mejor de las centrales nucleares,
y, tras vestirte para la ocasión, osas
franquear el umbral de tu puerta, t
raspasar las lindes de tu reino para
adentrarte en la selva del deber, del
rendir, en el dédalo de mapas, proce
dimientos, requisitos... que debes re
correr hasta la salida si quieres reg
resar a tu cuna, a tu útero materno,
y encontrar allí un momentáneo, pl
acentero asueto, albergue, abrigo...