Pasaste frente a mi puerta
uno de esos buenos días.
Aún no sé cómo entraste,
pero, si soy franco,
esta casa ya no es la misma.
Es como si, de repente,
uno ordenara la casa
y fuera limpiando
las roñas viejas, adheridas
a las ventanas;
como si empezara a olvidar
las perezas que cargan
las mañanas solas.
Y entonces uno siente
que puede estar en casa,
y ponerse, por fin,
su mejor camisa.
Y no es que uno finja
ser bueno;
pero tampoco se aguanta
tantos años viendo la silla
en la misma esquina,
llena de tantos silencios.
Pero lo cierto es
que he acomodado
un poco este desorden,
sacudido el polvo de los años,
para que puedas ver
lo bueno que aún guardaba.
A fin de cuentas,
quien más podría decirme
si de pronto
vos decidieras quedarte.