En un jardín precioso, reino encantado de flores y árboles danzantes, sobre una pequeña hoja de un verde brillante, de un árbol fuerte y también gigante, una mariposa mamá, llena de esperanza y amor, depositó tres perlas de un claro color. De una de esas perlas emergió, como por arte de magia, una oruga: tenía un cuerpecito peludo y suave, con ojitos que brillaban como joyas escondidas. Comía hojitas con un apetito voraz, soñando con alas para volar hacia el horizonte distante.
Una tranquila tarde, tejió un capullo: era una manta de seda que la envolvió como un abrigo inmenso. Era su cálido refugio, su castillo de sueños, tejido con hilos de esperanza, que la protegerían del frío y del sol radiante. Pasaron los días, y dentro de aquella crisálida, algo mágico sucedía. Su cuerpo se transformaba lentamente, sin que ella lo supiera.
¿Y qué creen ustedes que sucedió?
Al despuntar el alba, con los primeros rayitos del sol, la crisálida se rasgó… ¡y un milagro brotó! de su interior, con gracia y sin prisa, salió una mariposa radiante y delicada, azul como el cielo, ligera como el viento. Zafira así se llamaba aquella mariposa, entonces miró a su alrededor mientras desplegaba sus esplendorosas alas. Estaba asombrada e ilusionada. Y es que ahora cumpliría su sueño de volar, el sol le sonrió, el viento besó sus alas, y la invitó a explorar el mundo.
—¡Estoy lista para volar! —susurró Zafira, con el corazón lleno de alegría
Sin pensarlo más, comenzó a zigzaguear por el aire. Tocaba todo con la punta de sus alas, emocionada. Revoloteaba sin parar, eran inmensos sus deseos de volar. Era como una pluma al viento, una estrella fugaz en el cielo, una flor que canta en el jardín.
Zafira soñó, Zafira esperó, Zafira voló.