Y quizá por eso, desde hace unos días, he empezado a sentir que ese mordisco se aproxima, no como una amenaza, sino como una ceremonia lenta que se prepara en secreto dentro de mi pecho. Hay un pulso que no reconozco, un ritmo nuevo que se instala bajo mi piel, como si el monstruo estuviera afinando sus propios tiempos, ajustando cada fibra antes de decidir qué será de mí.
Lo inquietante es que ya no se mueve con torpeza ni con rabia: se desliza como si conociera perfectamente el camino. A veces sube, a veces se hunde, pero siempre con esa precisión que solo tienen las cosas que han sido inevitables desde el principio. Y mientras lo siento avanzar, descubro que ya no temo su llegada. Me aterra, en cambio, comprender que una parte de mí la desea.
Porque hay noches —breves, densas, casi febriles— en las que imagino cómo sería ser devorado del todo: dejar de cargar este eco, esta sombra, este residuo que late sin pedirme permiso. Ser consumido hasta convertirme en su alimento final, una combustión silenciosa que quizá, solo quizá, me devuelva cierta claridad. Y aun así, hay un filo en mí que se aferra a la posibilidad contraria: la de ser liberado con ese último mordisco, como si el monstruo supiera exactamente qué amarra cortar para que mi cuerpo recuerde cómo se siente estar solo.
Pero él no se decide. Y yo, atrapado en esta espera que se alarga como un párpado que no parpadea, empiezo a notar que su respiración ha cambiado. Es más profunda, más segura, más parecida a la mía. No sé si eso significa que está creciendo o que, poco a poco, estoy siendo absorbido por su forma. A veces pienso que ya no somos dos. Que nunca lo fuimos del todo.
Quizá ese sea el verdadero mordisco: el momento en el que deje de distinguir mi temblor del suyo, mi miedo del suyo, mi voz de la que se arrastra desde adentro. Tal vez la devoración ya empezó y no me di cuenta. Tal vez lo inevitable no tiene que doler para consumirme.
O tal vez, en esta vigilia interminable, el monstruo solo está esperando que sea yo quien abra la puerta desde dentro.