Mi cráneo es un nido de óxido.
La memoria se hizo ceniza y miga,
cayendo por el hueco del olvido.
Mi corazón es una hoja de afeitar.
Fina. Corroída. Un polvo
en la mesa de la cocina.
Hay ruido.
Un portazo eterno, el vaivén.
Lo dejo abierto.
No entras.
Dejé de pensarte,
como si me hubieran drenado la sangre.
Estando. No estando.
Cuando tu boca decía amar.
Aún te doy esta sonrisa rota,
esta cicatriz que finge ser labios.
Cuando mi carne te amó,
y, maldición, aún te sigue amando.
Cada célula es un gemido.
Y tú me partiste el pacto fraternal
como se parte un hueso viejo.
Me lanzaste
al vertedero del aire,
donde solo hay moscas y silencio.
m.c.d.r.