En la bruma taciturna de mi alma decaída,
cuando la vida se torna hosca, marchita y desabrida,
irrumpe tu ternura con su lumbre encendida,
y mi sombra se doblega ante tu gracia renacida,
Matías, bálsamo austero que reordena mi caída.
Con tu risa fulgurante desbaratas mi amargura,
rompes mi sopor hermético, mi lóbrega espesura,
y mi pecho, antes yermo, recupera su estructura,
como si tu voz magnánima suturara mi hendidura,
y retornara en mí la fe que creí sin compostura.
Tus manos diminutas conquistan mi desconcierto,
desalojan mi tormenta, mi mutismo semidesierto,
y en su hechizo peregrino resucitan lo que he muerto,
como un soplo sacrosanto que me arranca del desierto,
volviéndome más humano, menos rígido y desierto.
Eres mi héroe, Matías, mi auriga en la penumbra fría,
la luz que disipa el tedio de mi alma mustia y vacía,
el latido que restituye mi rota sinfonía,
y aunque mi espíritu vague en su antigua biografía,
tu ternura me rescata de mi propia tiranía.