I_KENNETH

Yo soy padre y abuelo (PARTE VI)

A mí no me vengan con cuentos,

yo crecí con gritos que eran órdenes,

y golpes que eran conversaciones.

Así se aprendía antes.

Así se enderezaban los caminos torcidos.

 

En la casa de mi tío.

Yo lo miro a el,

el papá del cabro,

y pensaba lo mismo que pensé toda la vida:

hay mujeres y mujeres.

Unas pa\' levantar familia,

otras pa’ webiar.

No es culpa mía,

así me enseñaron,

así hablo yo.

 

El papá del niño llegó tomado esa vez,

la lengua suelta,

los ojos perdidos,

la rabia de siempre en mis manos.

“¿Quién es ella?” dijó,

como si la hija de nosotros,

los mismos que lo escuchabamos

fuera una desconocida.

A mí me ardió la vida,

pero él siguió:

“¿Quién eres tú?”

Y después, más bajo,

como quien se escupe a sí mismo:

“No es nadie para mí.”

 

Yo lo vi mil veces,

no ahora,

desde antes:

el golpe rápido,

seco,

esa forma torpe de hablar cuando uno no sabe amar.

¿Cómo explicarle al niño?

¿Cómo decirle que su papá es así,

que aprendió mal,

como yo aprendí mal?

 

Cuando el lo llevó un día que “no tocaba”,

fue mi hija a gritar,

a hacer su show,

a defender su espacio,

su calendario,

su orgullo.

Pero yo no pensé en el niño,

en que quería estar con él,

en que dijo con esa vocecita temblorosa

que con su mamá le daba miedo.

Y yo, bruto, viejo, cansado,

dije lo primero que me salió:

“Si es un niño… no importa, el no manda.”

 

Pero sí importa.

En la noche, cuando me siento solo

y la tele queda hablando sola en la pieza,

pienso en eso.

En cómo lo miré a él,

cómo no supe mirarla a ella,

cómo todo esto se repite

como una canción mala que nunca termina.

 

Pienso en tantas historias,

tantos cuentos que escuchamos juntos,

las curaderas largas,

las conversaciones profundas a media luz,

los años compartidos entre risas y tragedias,

las alianzas,

las peleas,

la amistad rara de más de una década.

 

Y me pregunto,

en silencio,

sin decirlo nunca:

¿Dónde la cagamos todos?

Porque algo se rompió hace mucho,

antes del niño,

antes del golpe,

antes de la frase que nunca debí decir.

 

Yo soy abuelo,

pero también soy hijo de otro golpe,

de otro grito,

de otra rabia vieja que nadie supo desarmar.

Y ahora lo veo al cabro,

tan chico,

tan inocente,

tratando de entender un mundo

que nosotros, los adultos,

ya dejamos torcido.