Más allá de la muerte,
más allá de la pena y del dolor,
de lo que nunca pidió su nombre,
ni se pronunció en el corazón.
Si cada luna,
si cada sol,
brillan por su propio fulgor,
el corazón cargado de estrellas
puede, por fin,
soltar el peso del dolor.
Cuando lo vivido se acepta
como parte del proceso,
la partida deja de ser herida
y revela su sentido más profundo,
sin pedir otra cosa que comprensión.
Más allá del apego,
más allá del ego,
más allá del yo,
se abre la solución:
la misma que dicta el orden natural de las cosas,
por haber completado un ciclo,
y ser de nuevo polvo en expansión.
No por la pena
de lo que no será,
de lo que aún no pidió su nombre,
ni se pronunciará
en el corazón.