Te asomabas y te escondías,
me gritabas y no te entendía.
Te he visto todos los días, tantos meses:
llegas, te vas, te quedas y te pierdes.
Mujer de sensuales labios,
imán que temo y me arrastra,
formando palabras encriptadas,
en un idioma que no escuchaba.
¿Qué quieres de mí? ¿Qué buscas aquí?
No te entiendo —te decía—.
Quería que me dejaras en paz,
o arrancarme los oídos
para no escucharte más.
Supe que morirías conmigo
si no te comprendía,
y eso me consumía.
Me obligué a afinar el oído.
Yo escuchaba un llamado desgarrado:
el rugido incesante de una gran cascada,
que apagaba por completo
el murmullo de tu arroyo a mi costado.
Pero ya estoy cerca, casi te entiendo.
Y ahora tengo miedo.
Porque mientras no te entienda, estarás,
pero cuando lo haga, te irás.
Me gustó el sonido de tu arroyo,
Me enseñó a oír de otro modo.
Hasta quisiera irme contigo, pero…
no hay un lugar para mí a donde vas,
ahí no te puedo sentir más.