Soy un perdedor.
A veces la frase cae sola,
se desliza por mi cabeza
como un balazo que nunca termina de sonar.
No necesito que nadie me lo diga:
yo sé lo que soy.
Los idiotas no hacen nada bueno en su tiempo libre,
y yo miro mis manos vacías,
las horas que se me pudren,
los días encogidos como ropa húmeda
que jamás llega a secar.
Me digo idiota, inútil, basura.
Me lo creo.
Me lo bebo.
Me lo trago.
Aquel que quiere morir no merece la muerte.
La frase me llega como un golpe frío.
No es consuelo.
Es una acusación.
Una manera de recordarme
que lo que deseo es el final,
el descanso,
silencio,
y un respiro que no me duela.
Y ahí estoy,
con el corazón abierto como una herida vieja,
repitiendo palabras rotas
que no sé como dejar.
Porque lo que más duele
no es querer irse...
es seguir aquí,
sabiendo que no valgo nada.