Bosque de Cenizas

El mundo acabó contigo

El mundo acabó contigo de una forma lenta, casi administrativa.
No fue un golpe, no fue una tragedia específica.
Simplemente fuiste quedando fuera de todo:
de las conversaciones,
de las prioridades,
de los planes,
de la vida de la gente que un día dijiste que era tuya.

Al principio te esforzaste.
Respondías mensajes rápido,
tratabas de encajar,
intentabas no ser una carga.
Pero las respuestas se hicieron cortas,
luego tardías,
luego no llegaron.

La gente no te rechazó abiertamente;
solo se acostumbró a no tenerte.
Y tú también te fuiste acostumbrando a no estar.

Los días empezaron a repetirse.
Te despertabas tarde porque no había motivo para hacerlo antes.
Comías lo necesario, no por hambre, sino por obligación física.
Te quedabas en silencio más tiempo del que hablabas.
Mirabas el teléfono sin esperar nada.
Era rutina, como respirar por reflejo.

Tus emociones se fueron apagando,
pero no con drama,
sino con una especie de desgaste mental muy simple:
de tanto no recibir nada, dejaste de sentir.

La alegría ya no te visitaba.
El enojo se disipó.
La tristeza se volvió normal,
como una temperatura estable.

El mundo acabó contigo del modo en que acaban las cosas sin importancia:
sin un anuncio,
sin un cierre,
sin una razón.

Solo te diste cuenta un día
cuando notaste que podías desaparecer por completo
y nadie haría una pausa para preguntarse por qué.

No hubo redención.
No hubo lección.
No hubo milagro.

El mundo siguió funcionando igual,
como si tu nombre nunca hubiera formado parte de nada.

Ese fue el final.
Frío, práctico, definitivo.
No dejó heridas visibles,
solo el vacío silencioso de algo
que se terminó sin que nadie se diera cuenta.