Y no nos
atamos,
no fuimos
crueles
con el otro
ni obligamos
al amor
a que sucediera,
porque sucedió
de una forma
tan natural,
sin ataduras,
sin apuros.
Pero ambos
sabíamos
que en algún
momento
tenía
que acabar
todo esto.
Pero,
mientras
eso aún no sucedía,
nos seguíamos
prestando
nuestras vidas,
nuestros labios
y nuestras manos.