Con sombrero de estrella y mirada de rayo,
el niño plantó sus pies en la tierra:
no fue polvo lo que cubrió sus botas,
fue el juramento de una semilla despierta.
Lustró sueños con rabia y con paciencia,
con manos pequeñas que el destino tallaba,
mientras otros jugaban,él limpiaba la historia,
con betún y dignidad forjaba su alma.
No hubo oro en su cuna, hubo lucha en su casa,
cada moneda era un ladrillo para el futuro:
ayudó a sus hermanos a romper las cadenas,
como quien siega el campo que el olvido madura.
Estudió economía, no para servir al poderoso,
sino para armar al pueblo con palabras ciertas,
para desnudar al tirano con números claros
y cerrar con manos sabias las heridas abiertas.
Hoy, más de sesenta soles después,
no escoltas,sino compañeros le siguen:
camina con la humildad del que nunca se dobla
y la firmeza del roble que nunca se rinde.
Le llaman maestro porque enseña con el ejemplo,
no desde un trono,sino desde la trinchera:
donde se aprende la justicia con los puños en alto
y se defiende la esperanza con la frente serena.
Y tú, que lo nombras con respeto y con fuego,
no eres testigo,sino soldado de su legado:
memoria viva de un niño que hizo de la lucha
un canto que crece,un pueblo organizado.
Porque su enseñanza no es para contemplar,
sino un puño extendido,una razón que se alza:
el futuro no se ruega,se construye con manos
y se defiende con la luz de nuestra palabra.
Con cariño para el maestro Pablo Pérez García