Salma dijo: ¡Amor me llama!,
y cobijó su adiós con un susurro:
-despacito su voz- ¡me ama!
y en mis brazos sintió último arrullo.
Era mi niña frágil que fugaba;
mis lagrimas no detenían el triste fallo:
iría a Aquel que con su finita voz hablaba,
mientras mía la furia y el desmayo…
- ¿Por qué Eterno Amo sin amor me dejas?
- ¿Por qué tengo que soportar esta tiniebla?
- ¡Se va y me muero y tú también te alejas!
- ¡Se va la parte de mí que a mi pobreza quiebra!
- ¡Es mi amor no puedo retenerla,
no podre con tu gigantesca losa!
Haz, Señor, que el tiempo se detenga:
¡Mira que la muerte en ella posa...!
Se fue mi Salma junto con mi alma,
ahora, te pertenecemos,
nada te reclama:
pronto en ti estaremos.
Isaías Glez.