Hacia la noche, hacia el abismo.
(Wcelogan)
Vivía en una casona vieja,
más vieja que mi propia vida,
vieja como la memoria que se olvida de sí misma,
como muros que susurran cicatrices y secretos.
En la penumbra olía a podredumbre,
a silencio voraz,
a hambre agazapada
en los rincones de la existencia.
Entonces un grito ascendió,
rasgando la madera carcomida:
blanco como la lumbre de un ángel caído,
con ojos que sabían la furia de todos los muertos,
barajando cartas de espejos,
libélulas sin destino, sin cuerpo, sin nombre.
Yo, arrastrado por un vértigo
hermoso como incendio:
el aire cargado de ceniza invisible,
la casa respirando fuego contenido,
cada grieta un ojo abierto,
cada crujido un latido.
OLVIDA, murmuraban las paredes.
INCENDIA por encima del sueño.
EXPLOTA para acabar con todo.
INCENDIA en mí,
en el viento,
en la memoria de los que no volverán.
INCENDIA como la noche coronada
por los ojos de todos los muertos.
INCENDIA lo que desea en silencio.
INCENDIA en la sangre de los muros,
en las sombras que se quiebran,
en los ángeles caídos,
en los hambrientos de vida.
Soy el vértigo,
soy la casa,
soy la sombra que se desangra.
Soy lo que debe renacer
y lo que debe desaparecer.
Soy el ángel que corre hacia la noche,
hacia la noche,
hacia el abismo.
<><><><><><><><><><><><><><>
Canción de la ausencia
(Wcelogan)
El eco que dejaste —
un animal sin párpados—
repta por mi tórax,
vigilante del mínimo temblor de mis latidos.
Tu recuerdo no alumbra:
es oficio de sombra,
manos que tejen con mi silencio
un sudario que aún respira.
La canción de tu ausencia fermenta
en jarra de tiniebla;
su veneno madura lento
y se vuelve néctar corrupto en mis entrañas.
Y aunque los días rueden
como piedras mudas,
tu ausencia me talla
hasta enseñarme
que el corazón más vivo es el que sangra.