No sé qué soy desde que te pienso,
solo un temblor que busca tu nombre,
un eco perdido en su propio incienso,
un amante sin fe, sin sombra, sin hombre.
Te escribo sin tinta, con sangre callada,
con miedo a que leas mi ruina escondida,
porque en cada letra te dejo mi nada,
mi voz que te llora, mi fe derretida.
Te amé sin medida, con hambre y locura,
sin lógica, sin tregua, sin razón alguna,
y aunque te tuve, mi piel aún murmura,
como si tu ausencia quemara la luna.
Si algún día hallas este lamento,
no lo leas, déjalo morir conmigo,
pues cada palabra, cada tormento,
sólo confirma que aún te sigo.