Salva Carrion

Peripecias del hada Titania (XII)

 

El Manual Perdido y la Medida del Corazón

 

 

El silencio que siguió a la revelación de Akelia se manifestó como una veneración solemne, adornada con los aromas balsámicos de un bosque recién sanado. Akelia, la Primogénita, se irguió en toda su altura. Su figura, ahora firme y radiante, emanaba un aura esmeralda tan potente que el musgo, antes reseco, se extendió y reverdeció sobre las piedras y troncos cercanos.

Se volvió primero hacia el leñador, que se había quitado la gorra, mostrando una mezcla de profundo reconocimiento y respetuosa reverencia.

—Tu don es la fuerza noble, guardián del hacha sabia —declaró Akelia, su voz difundiéndose como una brisa suave entre las hojas—. Tu respeto por la naturaleza emana de un juicio sano y una bondad generosa. Ese latido puro fue la única llave capaz de abrir la cerradura de mi letargo. El Fresno Silente está despierto y protegido. Pero nuestro mundo recién salvado aún necesita de tus manos.

La ninfa levantó la mano y tocó el filo del hacha del leñador. El metal opaco brilló al instante con un lustre cálido y azulado; sufrió un cambio palpable y formidable, mucho más ligero y poderoso que de costumbre.

—Ve, y que la virtud te guíe. No cortes jamás por codicia, solo por estricta necesidad. Y esa acción siempre te será recompensada.

El leñador asintió, su rostro bendecido por una sonrisa radiante. Con una digna reverencia al Fresno Silente y una mirada cómplice hacia Titania, se despidió y se internó en el bosque. El sonido de sus pasos quedó amortiguado de inmediato por la alfombra de hojarasca húmeda, como si el bosque lo acogiera con gratitud.

Titania, aún abrumada, esperó su turno. La ninfa se acercó con paso ligero, sus pies descalzos apenas rozando el suelo.

—Ven aquí, pequeña Titania —dijo Akelia con dulzura—. Tu continua torpeza no era un defecto, sino un indicio: estabas tratando de aplicar una magia que no se encuentra en la fuerza, sino en la conexión. No estabas siguiendo el \"Manual\".

Titania frunció el ceño, confundida.

—¿El Manual?. Creía que todo el conocimiento de la Arborigenia se había perdido.

Akelia sonrió y señaló un punto en el tronco del Fresno Silente. La corteza plateada se había cerrado casi por completo, pero justo donde el Corazón de Madera se había fusionado con el árbol, brillaba una pequeña marca circular, un perfecto anillo de platino.

—El manual no es un pergamino de antiguas fórmulas y palabras místicas. Es una enseñanza de comprensión con todo el entorno. Yo pude crear los Corazones de Madera, los objetos físicos, pero tras mi larga ausencia, olvidé la guía para despertarlos. La magia de los Lokardos era la del olvido y la división, y no pude encontrar una réplica a ese maleficio, por lo que entré en estado de letargo.

Akelia tomó la mano de Titania, y al tocarla, el hada sintió el flujo de toda la savia del Dosel Viejo recorrer por sus venas.

—Tus fracasos al usar la media varita venían de querer forzar la magia, de creer que tú sola debías ser la fuente. Pero tú no eres la Primogénita; tú eres la Mediadora. Los Corazones de Madera no solo se encienden con las habilidades de las hadas, sino con la aplicación de la sabiduría y el apoyo mutuo. La Varita de la Arborigenia esa \"media varita que siempre te acompaña, es solo una herramienta, una vía de conocimiento personal.

Titania parpadeó, la comprensión se encendía en sus ojos.

—Entonces... mi magia no es débil, sino que es... diferente. Es una magia de puente.

—Exacto. Mientras yo dormía, los Corazones se volvieron simples esferas de color ámbar. El leñador ha demostrado que el pulso de un acto noble es el único reactivo puro que queda en el Bosque Nevado. Y esa propiedad, aunque escasa, es también la finalidad para que los sueños se hagan realidad.

Akelia adoptó una expresión grave.

—Titania, los Lokardos no se han ido del todo; solo han sido expulsados del Dosel Viejo. Hay cuatro Corazones de Madera más, mucho más grandes que el que acabamos de usar, que nutren los puntos cardinales de este bosque. Si caen en manos de la Desesperación, todo lo que hicimos hoy se revertirá.

La ninfa extendió un mapa de musgo que se desplegó en el suelo. En él, cuatro puntos brillaban débilmente.

—Tu primera misión como mi aliada y aprendiz es simple, aunque peligrosa: aprender a sentir y a orientarte. Debes usar tu varita como guía y escuchar la sutil llamada de esos cuatro puntos. Tienes que encontrar esos Corazones. En adelante, yo te enseñaré a ver el hilo invisible de la magia, pero la oportunidad para decidir y actuar será enteramente tuya.

Titania se arrodilló junto al mapa de musgo, que ahora, bajo el halo cetrino de Akelia, parecía un valioso tapiz de seda. Podía sentir una punzada sorda, un golpecito rítmico, justo en el centro de su pecho, donde el flujo de la savia se había anclado. Era la llave que la ninfa le había prometido.

—Escúchame, Titania —dijo Akelia, colocando dos dedos sobre la frente del hada—. Los Corazones de Madera se alimentan de la fe en el bosque. Cuando esa fe se marchita, el Lokardo más peligroso, el Olvido, se instala y los corazones se oscurecen.

Akelia hizo una pausa, sus ojos fijos donde ya asomaban las primeras sombras de la noche.

—Para el Fresno Silente, se necesitó un pulso de respeto puro. Para los otros cuatro, necesitarás más: una ofrenda de voluntad sincera. Para encontrar un Corazón a tiempo, usa tu varita para canalizar el sentido de la orientación que te guíe hasta él.

Titania asimiló la gravedad de su nueva tarea. Proteger era, sin duda, más difícil que crear.

—¿Y si llego tarde? —preguntó Titania, su voz con un ligero temblor de incertidumbre.

El rostro de Akelia se endureció.

—Si el Corazón se ha apagado, la desesperación del Lokardo estará allí. La única forma de restaurarlo será encontrar a la persona más desinteresada de esa zona y conseguir que toque el Corazón de Madera. Pero el Olvido es fuerte; para entonces, pocos recordarán la importancia del bosque.

Akelia tomó el trozo de varita del hada. La madera, antes fría e inerte, vibró al contacto con la mano de la Primogénita.

—Lo que tienes no es media varita; es la Llave del Compromiso, de tu bondadosa fe en los demás. Mírala, Titania.

Al observarla, el hada vio que en su punta aparecían cuatro pequeñas muescas con un tenue brillo.

—Al despertar el Fresno Silente se desbloqueó la primera muesca con el poder del leñador, cuya virtud se adhirió a la varita. En cada uno de los otros cuatro puntos, hay un fragmento de la antigua esencia de la Arborigenia esperando. Cuando encuentres un Corazón a tiempo y lo reactives con un acto de franca generosidad, la varita absorberá esa energía y desbloqueará una nueva muesca. Necesitas esas cuatro muescas para restaurar la varita por completo. Serán cinco los puntos de la Cruz Áurea. El primero que ya activaste con la ayuda del leñador, es el que luce en medio de la Cruz.

—No te demores —instó Akelia, mientras el mapa de musgo se enrollaba y se deslizaba en un bolsillo de Titania—. El punto más débil está hacia el oeste, cerca de los lindes de la tierra cultivada. Busca la Flor de la Humildad, Titania. Es la única que crece en el barro del desinterés.

Titania se levantó, sintiendo el peso de la responsabilidad, pero también la ligereza de un propósito claro: hallar los demás Corazones. Se despidió de Akelia con una reverencia más propia de una decidida exploradora que de un hada torpe.

Mientras elevaba su vuelo sobre el Dosel, lista para iniciar su misión, Titania apretó su varita. Por primera vez, no la sintió como una carga, sino como un esperanzador mapa salvación. El Bosque Nevado no solo necesitaba a la ninfa guardiana; también necesitaba a un hada capaz de creer en sí misma y en la conjunción favorable de todo el universo.

Y Titania, con el ánimo de la savia en su pecho y una responsabilidad en su mano, estaba lista para el resurgir de otro corazón.

 

*Autores: Nelaery & Salva Carrion