I.
En la fábrica gris del día,
se cruzaron sus destinos,
ella de pasos divinos,
él de ruda rebeldía.
Una atracción nacía,
entre el sudor y el poder,
difícil de sostener,
pues la clase los partía,
aunque en sus brazos sentía,
que podía el mundo tener.
II.
Más al oler su sudor,
a ella un asco le daba,
y en su mente calculaba
la cifra de su labor.
Sentía pena y dolor,
pues su pago era un insulto,
un salario tan bajito,
que no cubría ni una semana,
mientras ella ganaba,
ufana, dólares en bulto.
III.
Finalmente lo pensó,
con mente de ejecutiva,
una acción decisiva,
su dilema solucionó.
El sueldo le aumentó,
como gesto de su afecto,
pero de forma directa,
le dijo adiós al momento,
dejando solo el lamento,
y un amor ya imperfecto.