No pienso endulzar nada:
fuiste un desastre con piernas,
una mala decisión repetida,
un ruido constante que confundí con cariño.
Arrasaste con todo lo que toqué,
no por fuerza, sino por descuido;
porque nunca supiste sostener nada
sin romperlo primero.
Me llamabas solo cuando tu vacío gritaba,
y yo, ingenuo, iba a apagar incendios
que tú mismo encendías por diversión.
Qué ironía:
tanto correr detrás de ti
para descubrir que no valías el aliento.
Tanto aguantar tus dramas reciclados,
tus promesas huecas,
tu manera de arruinar hasta lo más simple.
No te debo nostalgia,
ni lágrimas,
ni un recuerdo limpio.
Lo único que me queda claro
es que mi perdición no fue perderte,
sino tardar tanto en largarme.
Porque ahora veo tu paso por mi vida
y solo pienso:
qué alivio haber cerrado esa puerta
antes de que tumbaras la casa entera.