Ya no brillan las monedas al sol de la mañana,
ni la plata en la cueva su canto repite.
Sólo habitan el musgo, la sombra vana,
y el silencio que muerde donde el oro medraba.
Se fue la luz del rubí, la espada antigua,
el collar de la reina, la copa del enano.
Sólo queda la roca, fría y ambigua,
y el recuerdo de un fuego que fue soberano.
No fue un héroe de escudo, ni un hechizo profundo,
lo que abatió la guarida de escamas y coraje.
Fue el olvido, ese ruido sordo en el mundo,
que carcome hasta el hueso.
Ahora duermo en la penumbra, sin contar mi riqueza,
sin custodiar nada, ni siquiera mi propia tristeza.
Y respiro un vapor que no quema, no arde,
porque el tesoro perdido… era el querer guardarlo.