Ella, dejó el vestido blanco sobre la mesa
su mano tomó la mía
y un escalofrío intenso recorrió mi piel
permaneció ahí, por varios segundos
contrastando la suavidad de sus dedos
con la aridez despótica del temor
que me invadía con solo mirarla
No pude advertir el derrotero de su mirada
me encontraba sentado frente a ella
con mis pulsaciones vacilantes
como si el cuerpo se abandonara en la lejanía
y levitara, soñando la textura de su boca
y el titilar de la voz me imposibilitaba pronunciar palabra
Los tenues bucles ladeaban sus nítidos hombros
Invitando al roce y la caricia
provocando besos al cerrar los párpados
era una frescura que iluminaba la noche
que se congregaba en la punta de la lengua
que impedía absorber saliva
por el intenso deseo de acariciarla