Vida… te hablo sin máscaras.
Ni poesía, ni adornos.
Solo la voz de un hombre que ha cargado más sombras que luz.
Crecí contigo a golpes. Me enseñaste temprano que nada se regala, que todo lo que uno toca puede romperse, y que a veces uno también se rompe en el proceso. Caminé con heridas abiertas, con culpas que nadie vio, con errores que me cambiaron la forma de respirar. Y aun así, seguí… no por valentía, sino porque no quedaba otra opción.
Me diste días buenos, sí… pero también noches largas, silencios que gritaban y decisiones que me pasaron factura. Me hiciste perder a gente que jamás volverá y me dejaste cicatrices que ni el tiempo ni la fe han podido borrar.
Hoy no te escribo para llorarte, sino para hablarte de frente:
no fui el mejor hombre, pero tampoco el peor.
Fui lo que pude ser con lo que tenía.
Y cada caída, cada error, cada golpe… me hizo más duro, más consciente, más real.
Si este es el final de mi camino contigo, que quede claro:
No te debo nada y no te reclamo nada.
Me voy con las marcas, con los fracasos, con los sueños rotos… y con la poca gloria que alcancé.
Y si todavía me queda un tramo más, lo caminaré igual:
con los puños apretados, la mirada firme y esa rabia silenciosa que me ha mantenido vivo más de una vez.
Pero hoy, vida…
hoy te digo sin miedo:
siempre fuiste oscura, y aun así te enfrenté como un hombre.