Todos caminan por el mundo
con un brillo prestado,
con gestos que no sienten
y sonrisas que no pesan.
Parecen firmes, parecen ciertos,
parecen tuyos…
hasta que la vida se mueve.
Porque basta un cambio,
una grieta,
un viento un poco más fuerte,
para que la pintura se corra
y la máscara afloje.
Ahí es donde se ve la verdad:
cuando el silencio reemplaza la palabra
y el acto contradice el discurso.
Hay quienes sólo existen
mientras todo les resulta fácil,
quienes aman cuando conviene,
quienes acompañan mientras brillás,
pero desaparecen cuando cae la noche.
Es en ese instante —oscuro y sincero—
cuando sus máscaras se resbalan
y muestran lo que nunca dijeron.
También están los otros,
los que no temen ser
tal como son:
con dudas, con heridas,
con una luz que no pretende impresionar.
Esas personas no necesitan disfraz,
porque la verdad les queda bien.
La vida prueba a todos.
Y no lo hace para castigarnos,
sino para revelar lo oculto:
para que vos sepas
quién camina contigo
y quién solo caminaba al lado.
Cuando todo cambia,
cuando el piso tiembla,
cuando una verdad golpea…
las máscaras se parten.
Algunas caen de golpe,
otras se quiebran despacito,
pero todas terminan en el suelo.
Y ahí quedamos, vos y yo,
mirando los restos de lo que fue,
entendiendo por fin
que la sinceridad es un lujo,
y la lealtad, un tesoro.
Porque al final,
cuando las máscaras caen,
se ve la esencia,
la intención,
el corazón
desnudo.
Y aunque duela,
esa es la verdad que más libera.