Los niños todos en fila
caminan desde el colegio.
Todos llevan sus mochilas
repletas de nuevos sueños.
Unos cantan.
Otros ríen.
Otros hacen travesuras
y otros hablan al maestro.
Los miro con simpatía
y se me abren los recuerdos.
¡Qué tardes de catequesis
jugando en el campo abierto!
La catequista nos daba
de merienda, rico queso
con panecillos crujientes,
casi, casi, recién hechos.
Y era un lujo, aquellas tardes
tendidos sobre la yerba
disfrutar del panecillo.
Disfrutar de una merienda
que los padres no podían
darnos, por la gran miseria.
Que viva aquel Padre Nuestro.
Viva aquella Ave María.
Que vivan los corazones
tiernos sin alevosía
que aún, no siendo creyente,
yo, no olvidaré en mi vida.