Maria elizabeth Freire

Precariedad

Precariedad

 

Sentir el palpitar latente y constante

de un corazón que se agranda y encoge al mismo tiempo.

 

 

El sonido del tiempo que se duerme a mi lado,

suplicando que el silencio se rompa.

 

La penumbra de la noche cierra sus alas,

y no, no estoy sola, porque así lo deseo.

La soledad amenaza con quedarse,

mientras la lluvia, disfrazada de vulnerabilidad y frío,

me abraza sin clemencia.

La lluvia se cuela por mi ventana,

sin provocarme placer ni romanticismo,

sólo el recordatorio frío de noches de infancia.

 

 

En mi memoria se dibuja una sombra negra,

una huella que siempre he querido borrar:

frío, vulnerabilidad y hambre.

 

 

El olor.

El humo negro de los neumáticos se mezcla

con la escasez y la pobreza,

con la suciedad, con un hedor que espanta.

Se funde con mi pobreza y mi infancia dura,

huellas que aún permanecen en mi memoria.

 

La lluvia cae otra vez,

y no, no me provoca placer;

sólo vulnerabilidad, sólo dolor.

He culpado a la lluvia, al invierno, al frío.

He culpado a los fantasmas, a las noches negras,

a la pobreza.

Me he culpado a mí misma,

a Di

os, a las estrellas,

y hasta al cielo.