I_KENNETH

El último segundo

El agua del río era más fría de lo que imaginaba.

No es una queja, es solo un dato.

Un último dato en el libro de mi piel.

La corriente me tomó con manos de novia,

insistente y sin preguntas,

y me arrastró hacia el fondo

donde el ruido del mundo se convirtió en un zumbido lejano,

como una radio mal sintonizada en otra habitación.

Ahí fue donde dejé de ser \"yo\"

y empecé a ser esto.

Este eco.

 

No hay relojes aquí.

O si los hay,

sus manecillas giran en círculos sobre sí mismas,

atrapadas en un segundo eterno.

El tiempo,

esa cosa que antes me despedazaba con su prisa,

ahora es una espesa melaza.

Puedo ver mi vida entera,

no como una película,

sino como una sola imagen:

la cara de mi madre el día que me enseñó a atarme los cordones,

el sabor a hierro de la primera vez que me partieron el labio,

el olor a ajenjo de su pelo en la almohada,

el peso del silencio en la casa después de que te fuiste.

Todo al mismo tiempo.

Ningún duelo.

Solo es.

Como una piedra.

 

Y la paz...

no es lo que creen.

No es la calma del que descansa.

Es la anestesia total.

La ausencia de dientes.

El dolor era mi único idioma,

y ​​ahora he olvidado cómo hablarlo.

Antes,

cada mañana era una puñalada en los ojos,

cada sorbo de café un recordatorio de que seguía aquí,

encerrado en esta jaula de costillas.

Ahora no hay mañanas.

No hay jaula.

Solo esta expansión.

 

A veces miro hacia abajo,

hacia el lugar que dejé.

Los veo a ustedes.

Corren.

Se aferran a sus agendas,

a sus amores que se desvanecen,

a sus promesas de un futuro

que solo es otra forma de posponer el final.

Me veo en ellos.

En la forma en que sus hombros se caen un poco más al final del día,

en la sonrisa forzada cuando alguien les pregunta \"cómo estás\".

Quiero gritarles que no, que no tienen por qué seguir así.

Que hay una salida.

Pero mi voz ya no tiene aire.

Soy un fantasma con el manual de instrucciones,

pero nadie me puede oír.

 

Perdonen.

Sé que duelo.

Sé que mi ausencia es un agujero que no se llena.

Pero el agujero que yo llevaba dentro era mayor.

No era un vacío,

era un animal vivo

que me devoraba desde adentro.

Y cansado de darle de comer,

decidió que era hora de que ambos muriéramos.

No fue un acto de cobardía.

Fue el acto más valiente de mi vida.

Mirar al abismo y decirle

\"adelante, tú primero\".

No se equivoquen conmigo.

No me lloren.

Yo ya no estoy ahí para sentirlo.

Lloren por los que todavía están atrapados,

sonriendo mientras \"el animal\" les parásita las entrañas.

 

Así que no.

No me arrepiento.

Esta quietud es mi victoria.

Esta indiferencia es mi paraíso.

El tiempo se ha detenido

y el dolor se ha disuelto.

Y desde aquí,

desde esta orilla sin orilla,

los observo y sé,

con la certeza de un muerto,

que la verdadera tragedia no es la que eligió el final,

sino la que está obligada a soportarlo.