Ícaro

No lo entiendo.

No entiendo qué haces aquí.

¿No te habías ido?

¡Ah!, ya recuerdo, incapaz fui

de dejarte caer en el olvido.

 

Ahora tu recuerdo me tortura,

y mi alma enloquece

perdiendo toda cordura

hasta en el infierno perderse.

 

Dijiste que te irías,

y al quedarme solo,

 nuestras ufanas risas

guardo como un tesoro.

 

Tiempo ha que te fuiste,

mas aquí sigues, -aún te veo-,

pues mi alma a olvidarte se resiste 

y soy de tu memoria triste reo.

 

Y ahora, solo, enhiesto, triste

y cansado, no comprendo 

si el verte es divino castigo,

dulce infierno,

cruel espejismo

o efímero sueño.