Yoleisy Saldana

El Aroma Intacto Del Ayer.

Don Emiliano,
hombre de pasos lentos
y mirada profunda,
con el semblante arrugado
de quien ha tejido sueños
más grandes que su propio destino.

Se levanta cada día
antes de que nazca el sol.
En sus hombros cansados
carga historias no contadas,
pesos antiguos
que desafían a la vida misma.

Tercero de diez hermanos,
ha vivido lo suficiente
para que cualquier historia dicha por él
tenga la fuerza de una leyenda.

Me contó que empezó a vender flores
cuando murió su esposa,
la querida doña María.

—¿Cómo era ella?— le pregunté.
Sonrió con los ojos,
como si la memoria misma
le acariciara la piel.

—Era hermosa —dijo—.
Y supe entonces
que hablaba de un amor a la antigua:
cartas cuidadosamente escritas,
serenatas que nacían del alma,
caricias hechas de tiempo
y memorias genuinas
que marcaron para siempre su camino.

—Tenía muchos pretendientes —añadió—,
mientras una sonrisa antigua
brotaba de sus labios.

—Pero yo… yo fui auténtico.
Le ofrecí un amor verdadero
y la promesa de un siempre
que cumplí
hasta el último día del año pasado,
cuando partió.

Entonces,
una sombra de tristeza
cruzó su rostro,
apaciguando por un instante
la luz que había al hablar de ella.

—¿Y cómo nació la idea de vender flores?—
pregunté después de guardar silencio.

—Nació con mi María —respondió—.
Ella amaba las rosas,
y cada vez que vendo un ramo
me parece ver su sonrisa.

Dijo haber sido testigo
de muchas historias:
unas alegres,
otras tristes,
todas cargadas
con un toque de magia
que lleva, inevitablemente,
el nombre de su amada.

Lo escuché
mientras mis ojos se humedecían
por la verdad dulce y dolorosa
de su relato.

Porque uno sueña,
sí, sueña con un amor
que dure toda la vida,
que haga eco en el alma
aun después de irse.

Él me miró firme,
pero con esa dulzura
que sólo tienen los hombres buenos.

—Un día llegará alguien que te ame —dijo—,
que haga todo por ti
sin necesidad de que se lo pidas.

Nos despedimos al caer la tarde,
con la promesa de volver a vernos
y continuar aquella conversación
que parecía escrita por el destino.

Pero el tiempo pasó.
Y no he vuelto
a aquel rincón del mundo
donde el señor de las rosas
me recordó que hay amores
que nunca mueren,
y memorias que siguen latiendo
aunque la vida cambie de estación.