Hace unos días, dirección al trabajo, vi tu coche aparcado en otro lugar.
No estaba lejos, apenas un desvío mínimo, pero suficiente para que, sin quererlo, se formara un nudo y se posara en mi estómago.
Vivimos cerca, no juntos.
Ese es el mantra que me repito como somnífero, pero unas veces calma y otras sólo adormece.
Tu coche ahí, quieto, impasible, como si no supiera lo que provoca.
Como si no entendiera que un metro más a la izquierda puede abrirme una herida.
Que un cambio de esquina es capaz de dejarme sin aliento.
Sigo conduciendo.
En el siguiente cruce cojo la primera a la derecha, vuelvo a centrarme en la carretera, y dejo que el asfalto me devuelva un poco de orden.
No lo consigue del todo, pero al menos me permite llegar al trabajo con la respiración estable y la seguridad calmada,
casi resignada,
de que mañana volveré a mirar a ese lugar...
aunque no quiera,
aunque no deba,
aunque no cambie...
nada.