Luis Barreda Morán

Los Niños de La Calle

Los Niños de La Calle 

En la extensa ciudad al anochecer sus figuras pequeñas se dibujan con silencio,
los niños de la calle extienden sus manos bajo la luz tenue de un farol desgastado,
sus cuerpos son delgadas sombras que el invierno azota sin compasión ni abrigo,
sus pies descalzos pisan la dura vereda mientras la gente pasa sin volver la mirada,
y el olvido los cubre con un manto de indiferencia y hielo.

La sociedad ha cerrado sus ventanas y ha sordamente ignorado sus suspiros,
han levantado altos muros de cristal desde donde solo ven su propio reflejo,
han apagado las voces que claman por justicia con su ruido y sus prisas,
los niños de la calle son fantasmas que deambulan entre coches y edificios,
testigos vivientes que cargan con el peso de nuestro desprecio y nuestra omisión.

Son fruto de hogares rotos por el odio y la falta de un amor verdadero,
de promesas que se hicieron y luego fueron arrastradas por el viento y el tiempo,
de padres que se perdieron en el humo de sus vicios y sus propias cadenas,
los niños de la calle heredan solo escombros y un futuro lleno de espinas,
y aprenden a mendigar caricias con la misma urgencia con que piden el alimento.

Sus días son una función triste de acrobacias para ganar algunas monedas,
sus noches son largas horas de temblor bajo las bancas de cemento de la plaza,
sus sueños están manchados por la gris realidad que los rodea sin consuelo,
el niño de la calle no conoce los besos suaves ni las palabras de aliento,
solo reconoce el filo de la vida y el sabor amargo de la escasez.

La ciudad progresa y se llena de luces y de mármol que avanza sin detenerse,
mientras ellos se consumen en las esquinas sin que nadie note su presencia,
sus miradas transparentes una angustia que debería quemar nuestras conciencias,
los niños de la calle son testigos mudos de nuestro egoísmo y nuestra ruina,
y en sus pequeños cuerpos guardan heridas que no cicatrizan con el paso del tiempo.

Ellos también desearían correr en un parque y sentir el calor de un hogar seguro,
tener una madre que los cubra con una manta y les cante canciones al oído,
pero en su lugar reciben el desdén y el rechazo de quienes cruzan su camino,
el niño de la calle acumula en su alma más rencores que años de vida,
y aprende que el mundo es un lugar hostil donde solo sobrevive el más fuerte.

Esta es la herencia que les damos con nuestra apatía y nuestro silencio cómplice,
esta es la verdad que se esconde detrás del progreso y de nuestras sonrisas falsas,
los niños de la calle son el resultado de un sistema que perdió su rumbo,
son el recordatorio vivo de que hemos fallado como protectores y guías,
y de que hemos cambiado nuestra humanidad por una comodidad que nos enfría.

Por todo esto alzo mi voz en un reclamo que no necesita de gritos ni de adornos,
porque su sufrimiento es evidente para quien quiera verlo con honestidad y valor,
los niños de la calle merecen más que nuestras limosnas y nuestras excusas,
merecen una oportunidad de ser niños y de construir una vida con esperanza,
y es nuestra obligación moral tenderles la mano y cambiar su dolor por un nuevo día. 

—Luis Barreda/LAB
Los Ángeles, California, USA
Noviembre, 2025