La Rosa se ilumina con alba sideral
sus pétalos destilan la esencia más serena
su brillo es una música que salva la condena
y un canto de pureza de origen virginal.
En su pulso se eleva la lágrima inicial
el agua que renueva la senda más terrena
y el alma se blanquea de culpa y de cadena
bañada en el rocío del plano celestial.
Oh Rosa de la Albedo, presagio de hermosura
depura con tu lumbre mi ser precipitante
remueve la ceniza que nublara mi altura.
Tu aroma es un anuncio de fuego resonante
la guía del espíritu hacia la gran ventura
y un espejo de plata que torna al alma amante.
La Rosa se encarniza en rojo elemental
su llama es un destello de sol transfigurado
y el alma, ya madura, renace en su legado
templo de la corona del arte universal.
En su centro fulgura lo santo y lo carnal
la unión de lo secreto con lo resucitado
su luz precipita lo alto en lo encarnado
y enciende en mi silencio un júbilo total.
Oh Rosa de la Rubedo, final de la Obra pura
enciende en mis latidos tu rúbrica divina
condensa en mi ceniza tu fuerza y tu ternura.
Eres fuego que eleva, que nutre y que afina
la llave que consagra mi íntima arquitectura
y el sello del espíritu en brasa cristalina.!
La Rosa es la página viva donde se escribe su Obra. Porque la Rosa es, en sí misma, un poema perfecto.
Sus fases: capullo, apertura, plenitud, se corresponden con las tres etapas de la alquimia:
Nigredo → la oscuridad del capullo cerrado.
Albedo → la luz blanca de la purificación.
Rubedo → la madurez roja de la plenitud espiritual.
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