CARACOLAS BLANCAS
La dulce topografía de tu carne es un silencio.
Dos pálidas caracolas, huérfanas de sal,
donde el ámbar de la luz se hace líquido,
cristal y espuma en un naufragio lento.
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Tu pezón es un eco, de sabor caliente, lento y puntual.
Desciende un frío púrpura de la clavícula turbia,
hasta el mármol que tiembla, curva de la sed.
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Ahí, el mar no es rugido; es un silbido tenue que flota,
un sabor a luna en la punta de mi red.
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Son tesoros que no respiran, anclados al vaivén.
Y esta belleza oval, ya despojada de su prisa,
se me ofrece como un sueño que naufraga sin saber.
Un caparazón de nieve que la vida me autoriza.
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Y en esa piel de luto por el sol, tan blanca y sin final,
escucho un ritmo verde que no cesa de latir,
mientras tu aliento, tibio veneno,
me condena a no volver, a quedarme y sucumbir.
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Son dos lunas de nácar, gemelas en la sombra.
Una elegía suave a lo que pudo ser mar.
Y yo, un náufrago ciego que no busca la orilla,
solo esta decadencia brillante al palpitar.
© Nelly Cevallos — Liora