Mi señal de vida en el desierto;
cedro negro imperante
en mi bosque cardiaco sin paradero.
Con tus matices angelicales
y tu similitud con la miel,
impones en mi ser, el caos y la ley.
Eres conmoción caótica
que descontrola mi esencia,
de un modo que mi destino
se rebasa en desobediencia.
Sentado en un balcón solitario
y colocando a la ciudad por confidente,
pienso en el orden que das a mi vida,
orden en este estado de autocracia;
un incentivo para enfrentar cada subida,
donde antes reinaba la desgracia.
Con cada roce de tu piel
y con cada beso de nuestro ayer,
una nueva esperanza en mi humanidad,
tímidamente, tiende a aparecer.
Cada río que fluye apaciguado,
cada paisaje a nuestro alrededor,
son un testigo clave del por qué estoy enamorado;
del por qué rendido a tu celestial dulzura,
sencillamente tú, mi caos y mi ley, me has doblegado