No fue un portazo, ni un adiós gritado,
más bien un susurro, una sombra que se escurre.
No entendí la falta hasta que el alma,
se me quedó vacía, como calle sin faroles.
Eras costumbre, sí, pero también refugio,
ese rincón tibio donde el invierno no cala.
Y de golpe, el frío, la intemperie,
la certeza amarga de que ya no estabas.
Pasaste de estar aquí, mano a mano,
a ser eco lejano, recuerdo que duele.
Ahora te llevo dentro, como espina clavada,
como verso inconcluso que la memoria vuelve.
No te fuiste del todo, eso es lo que siento,
quedaste en mí, tatuado a fuego lento.
Y aunque la vida siga, a veces muerdo el polvo,
porque tu ausencia es un vacío que no encuentro.
Sé que te lastimé y que no va a ser igual,
pero espero un día poder lograrlo,
y volver a ganarme ese lugar.