Él no la olvidaba:
Su vestido rojo, su perfume antiguo,
su cabello largo y brillante cayendo suave
como las perseidas en julio y agosto.
Hablaba de ella, como se habla de un
libro cerrado que guarda en sus páginas
retazos de olvido.
La buscó en las tardes, en los olivares,
en los bares lúgubres, en faroles viejos,
en los recovecos que deja el estío.
Su vestido rojo, su perfume antiguo,
el tren oxidado crujiendo el verano entre
sus vagones.
Y la estación mustia donde la esperaba
entre bancas rotas y desvencijadas.
Los trenes vacíos guardaban las huellas
de alguna bufanda que palidecía...
¿Será que la encuentra por entre los sueños
y las fantasías de aquellas perseidas que
guarda el olvido?
L.G.