En el recreo, una ardilla
bajó del ciprés a mirar,
y un niño escondido en su orilla
la quiso en su libro guardar.
Copió en su cuaderno marrón
las líneas del salto perfecto,
la ardilla se alzó en espiral
¡y el niño creyó en lo perfecto!
Porque al leer, dijo el maestro,
las cosas no son solo palabras:
las ardillas también son pretexto
para que el alma se abra.