Llegué tarde a tu otoño
cuando las hojas
ya sabían desprenderse solas
cuando el viento
sabía de memoria tu nombre
y lo decía sin temblar.
Llegué cuando tus ramas
habían dejado ir sus últimos veranos
cuando tu luz era un abrazo tibio
que se apagaba despacio.
Y aun así, me quedé
recogiendo
los restos de sol en tus hojas
escuchando el crujido suave
de lo que fuiste.
Porque incluso tarde
tu otoño
tenía un modo hermoso
de decir adiós.