Nunca supe amar despacio.
Contigo fui incendio, tormenta y vértigo.
Confundí intensidad con cuidado,
urgencia con entrega.
Te di mis noches sin darte mis mañanas.
Te ofrecí promesas envueltas en silencio.
Te quise tan fuerte que olvidé hacerlo bien.
Hoy miro hacia atrás y me reconozco por fin
en el espejo roto de lo que fui.
No me culpo, no me excuso.
Sólo nombro lo que hizo daño.
Entiendo ahora que amar no era arder sin medida, sino aprender a sostener la llama sin quemarnos.
Y aunque todavía me quede el rastro de tu nombre pegado a los huesos,
sé que ya no necesito incendiarme para sentir.
He aprendido a habitar mi propio cuerpo,
a no buscar en otros la calma que me debo.
Si vuelvo a amar, que sea sin perderme,
sin arder hasta desaparecer.
Así, cuando el miedo no pese,
y la prisa no empuje,
Respiraré despacio,
como quien abre una puerta sin hacer ruido,
y ya no necesitaré querer tanto,
bastará con querer mejor.