Alexandra Quintanilla

Ando

Si de querer se trata, ya he cruzado un par de naufragios colosales.
Uno, en especial, me dejó tendida en la banqueta del olvido,
como un resto de barco que nadie reclama.
No preciso más mediocridad: camino un crecimiento que me desorienta
entre la bujía temblorosa de una vela
y el sol que se atreve a nacer por mi ventana.
Si quieres romperme el corazón con tu indiferencia, hazlo:
fui entrenada por la indiferencia lenta de mis padres,
esa lluvia fina que no moja de golpe, pero cala hasta el alma.
Sé cerrar puertas y ventanas,
y la escritura me dejó una caja secreta llena de artimañas.
Así que, si quieres quedarte, ven con una bandera blanca.
Estoy cansada de los juegos perversos,
aunque renunciar a ellos no me hizo olvidar lo elegante que era mi victoria
ni lo incendiario que era mi regreso cuando perdía la gloria.
No sé de amar y poco sobre mares, pero si ofreces una merienda sin sombras,
puedo aprender el gesto tibio de una buena ama de casa:
prepararte un té que sepa a serenidad
y sentarme a tu lado en una cima prudente
a ver cómo el ocaso derrite nuestros miedos.
Perdí el gusto por las tormentas y por las locuras que dejan humo;
y de eso va este tanteo.
Permíteme darle un respiro a mis miedos.
No ansío riqueza alguna, salvo un par de manos suaves que sepan encontrar mi cabello en la oscuridad,
mi cintura enredada en la madrugada sobre tu pelvis plana,
y tus susurros en penumbra que aclaren las penas ante las adversidades más vanas.
No aspiro a ser otra cosa que la mujer que se queda cuando todo se vuelve áspero;
la que está ahí cuando todos se van,
aunque si me juzgas en apariencia, puede que, ante mis pensamientos anteriores, no luzca como las que se queda.
No soy de las de vestido largo y domingos de iglesia.
Siempre fui de paisajes y huracanes.
Pero hay edades para sentarse y contemplarse,
asumirse y verse más allá de lo que implica la guerra.
Hay tiempos también donde es bueno empaparse de paz.
No es pecado pensar de todas formas
y, adherido a lo anterior, entender el significado de permanencia ante lo que uno piensa amar.
Alguien dijo que las ratas son las primeras en aventarse cuando se hunde el barco.
Y yo jamás me identifiqué como uno de esos animales; soy más tigre que otra cosa.
Me quedaría… probablemente sí, por la dulce obstinación de joderme contigo si todo resulta mal, pero todo depende de qué tan dispuesto estés a quedarte incluso en el caos.
El poder de huir lo dejé ayer dormido
bajo un antídoto para evitar despertares.
Soy solo yo intentando escribir sin pronunciar “quédate” o “vuelve pronto que te espero”,
porque aún tengo un problema con las palabras: no se sincronizan aún con mis sentimientos;
estos últimos siguen siendo un enredo cuando se trata de decir “me eres indispensable”.
Noviembre ya se disuelve
y diciembre se acerca con el frío de la época, y yo sigo acá,
como quien desea regalar un
feliz veintinueve de te quieros.