A veces deseo desvanecerme,
pero el eco de su llanto atenúa la herida.
A veces pienso en partir,
pero ¿qué harían sin la sonrisa que invento para ellos?
La casa gime y suplica,
como quien pide ser rescatado
mientras todos pasan de largo,
incapaces de ver su dolor,
aunque cada grieta lo grite.
La casa finge alegría,
una máscara bella
que ya no logro sostener.
Quisiera dejar caer mis lágrimas,
llenar ese frasco tembloroso
y finalmente dejarlo romperse,
para que al fin comprendan
el sufrimiento escondido
tras una fachada impecable.
A veces imagino caer, desaparecer,
pero sé que si la casa se derrumba,
no caerá sola:
sus cuartos son frágiles,
sus habitantes vulnerables,
incapaces de curar sus propias heridas.
Y solo a veces, cuando el silencio pesa,
pienso en cómo sería vivir en una casa que respire paz,
no perfecta, no brillante,
solo un lugar donde las paredes no duelan.
Miro otras casas y, por un instante,
siento el deseo simple y sincero
de tener un hogar que no me canse.