Esta madrugada, la lluvia vino a buscarme; su toque en el cristal era una caricia apenas audible, un suave murmullo que pronunciaba mi nombre. La abrí paso a la penumbra de mi alcoba.
En su cadencia cristalina, escuché tu eco. Por un instante, la ilusión me hizo creer que eras tú. Retomamos la charla como si el tiempo fuera un concepto olvidado: risas profundas al desgranar filosofía, política, y todo aquello que es la vida.
Mas las nubes que portan el agua también la liberan. Con esa misma ligereza, entre un abrir y cerrar de ojos, te volviste a marchar, disuelta nuevamente en la vasta quietud de mi memoria.